¿Alguna vez has estado con alguien que no te aporta casi nada bueno y que tienes la certeza de que no es lo que tú necesitas y que te mereces algo mejor? Si tu respuesta es un «sí», porque lo has vivido o lo estás viviendo, este artículo te gustará ya que vas a empatizar con lo que te voy a contar.

 
Hoy me quiero centrar en las relaciones tóxicas. ¡Menudo tema he elegido, ¿eh?! Es que me gusta vivir al límite, ¡ja, ja, ja!
 
Existen infinidad de relaciones, pero hoy hablaré de las tóxicas que viven algunas parejas. Demasiadas parejas, diría yo... Y la cosa se complica cuando ambas partes tienen ya un pasado, habiendo estado con otras personas y hasta habiéndose reproducido con ellas.
Sí, lo sé, ha sonado un poco a la película de los Gremlins cuando se van multiplicando por momentos…
No todos somos capaces de encajar bien una ruptura, que esa persona rehaga su vida y, lo peor de todo, ¡que sea feliz! Cómo nos joden según qué cosas, ¿eh?
Pero es ley de vida y forma parte de la partida que antes de nacer decidimos jugar.
 
Estoy escribiendo una nueva novela y os quiero compartir un pedacito que acabo de escribir y que me ha servido de inspiración divina para crear este artículo. ¡Deseo que os guste!
Ahí va la conversación que mantienen dos amigas, las cuales ambas están divorciadas, son madres y le han dado una segunda oportunidad al amor:
 
—¿Cómo va con Eloy? —le pregunto sabiendo que la caja de Pandora se acaba de abrir.
—Genial, la verdad es que nos complementamos muy bien y nos estamos ayudando mucho con la crianza de nuestros hijos. Ya sabes que mi peque es un santo, que no se mete en problemas y que casi todo le suele estar bien. Con Aura ya son palabras mayores porque es un pelín más conflictiva al tener tan desarrollado ese punto de vista taaan melodramático. Le cuesta gestionar según qué sentimientos o situaciones, pero, ¿qué quieres? Demasiado bien está con la madre que le ha tocado a la pobre… —sentencia poniendo los ojos en blanco mostrando su desaprobación.
—¿La doña sigue dando guerra?
—Debido a su forma de ser y de afrontar la vida, queda más que claro que tiene una serie de creencias limitantes, que lo único que consigue con ello es su propio autosabotaje impidiéndose llegar a lograr lo más básico y necesario, que es ser feliz y permitir que lo sean las personas que viven, o lo intentan, a su alrededor —me explica.
—Qué pena me da la gente que no sabe ver la parte positiva de las cosas, pues siempre la hay, pese a que en ocasiones cueste un poquito verla, pero está. Debemos conformarnos con la vida que tenemos, eso sí, intentando hacer mejoras en todo aquello que aún se puede pulir y sacarle un mayor partido.
—Sí…
—No tendríamos que ponernos metas demasiado inalcanzables porque, haciendo eso, lo único que conseguimos es sentirnos unos fracasados incapaces de cumplir nuestros ideales u objetivos. Y, sobre todo, hay que ser agradecido con lo bueno que nos pasa a diario y que la mayoría de las veces ni nos damos cuenta y, por lo tanto, no lo valoramos.
—Tienes toda la razón.
—¿Aún sigue con ese hombre que le hace tanto bien? —inquiero.
—Sí, afortunadamente sí, porque la verdad es que la conoce y la sabe llevar bien. Lo que le falta a uno, al otro le sobra y viceversa. Espero que le dure mucho tiempo, porque siendo así, ella está muchísimo más estable, centrada y feliz.
—¿Crees que ya ha superado la ruptura con Eloy? —insisto.
—Yo diría que no, porque este tipo de personas suelen vivir estancadas en el pasado y su zona de confort es el victimismo, es decir, dar pena a sus seres queridos para que le presten atención y le cuiden, sentir que el universo está en su contra y, por eso, le ocurren todas las cosas malas, y, en definitiva, dar porculo hasta el infinito y más allá… —me dice dando un fuerte suspiro.— Chica, ¿qué, te ha dejado tu marido porque su vida a tu lado era un verdadero infierno? Pues sí, supéralo. Quiérete un poco más, ten más amor propio y, cuando estés mejor, siendo capaz de analizar por qué ha ocurrido y a qué se debe este triste desenlace, podrás darte cuenta de las cosas que has hecho mal, cuáles han sido tus peores comportamientos, tus malas acciones y qué puntos débiles dominan y gobiernan tu vida llevándote por el camino de la amargura.
—¡Amén! —sentencio al no poder estar más de acuerdo con ella.
—Sé que es fácil decirlo, pero no todo se termina cuando finaliza una relación, y, la mayoría de las veces, se nos presenta una oportunidad estupenda para querernos mucho más, cuidarnos y mimarnos con todo aquello que no hemos podido hacer cuando vivíamos en pareja. Incluso hay que elaborar un inventario que podríamos nombrarlo: «Desperfectos emocionales» detallando lo que sentimos en ese momento, es decir, saber cómo estamos e intentar ponerle remedio o una solución a todo aquello que se pueda mejorar y hasta subsanar —afirma, pareciendo ser una prestigiosa psicóloga.
—Jo, nena, ¡qué intensidad la tuya! Parece que esté en plena sesión recibiendo los consejos de alguna de esas coach motivadoras que están tan de moda —me burlo.
—¡¿Qué quieres?! Entre mi ex y la de Eloy me han hecho aprender a base de ir recibiendo hostias. Digamos que mi experiencia se podría equiparar a la que habría aprendido estudiando siete másteres —exagera sonriendo—. Y no nos olvidemos de Aura, que eso ya son palabras mayores y esa cría me las ha hecho pasar canutas. ¿O ya no recuerdas el incidente del precipicio cuando se escapó corriendo en aquel hotel y se cayó barranco abajo? ¿Y quién fue la imbécil que se lanzó tras ella para socorrerla? Exacto, la menda lerenda, que no he pasado más miedo en toda mi vida… ¡Qué susto! Aún tengo pesadillas de vez en cuando pensando en lo que nos pudo haber pasado durante el tiempo que tardaron en llegar los bomberos. Estábamos tan expuestas a tal cantidad de peligros al estar heridas en mitad del bosque habiéndose hecho ya de noche. Si llega a venir algún animal salvaje, del infarto que me da, me muero en pocos segundos…
—Ay, sí… ¡Qué valiente fuiste en aquel momento! —le digo recordando lo mal que lo pasó.
—No sé qué pudo más en mí: si la valentía, la estupidez o la inconsciencia, pero la cuestión es que gracias a lo que sucedió aquel día, Aura cambió radicalmente y se empezó a comportar como la niña que era y no como una vieja amargada retenida en el cuerpo de una muchacha.
—Todo pasa por algo, ¿no? —comento.
—¿Por algo o para algo? —me pregunta haciéndome dudar antes de responder.
—¿Cuál es la diferencia?
—Me he dado cuenta de que el «por qué» es dañino, pues te exige una explicación y una respuesta convincente, que no siempre existe. Sin embargo, el «para qué» es mucho más revelador y sanador, ya que evita que te estés fustigando con las típicas preguntas que nos hacemos una y otra vez cuando tenemos un problema y estas nos impiden salir del bucle de la autocompasión. Es decir: ¿Por qué me ha pasado esto?, ¿Por qué a mí?, ¿Por qué con lo buena que yo soy?, ¿Por qué, por qué, por qué? Sin sacar ninguna conclusión que nos alivie y nos enseñe —la escucho con verdadera atención porque me parece una reflexión muy interesante—. En cambio, con el «para qué», logramos ampliar nuestro campo de visión y analizar mejor la situación que estamos viviendo. Las preguntas se transforman en: ¿Para qué me ha pasado esto?, ¿Qué estoy aprendiendo gracias a lo que me ha sucedido?, ¿Qué lección de vida me ha enseñado esta experiencia?, ¿Qué tenía que aprender para que esto me haya sucedido a mí? En definitiva, «destilar medicina», puesto que tanto tú como yo somos mujeres que tenemos las cosas muy claras, somos sanadoras, somos casi expertas en resolver los problemas de los demás y, en ocasiones, ¡hasta los nuestros propios! —dice riendo. —Y somos la caña de España porque nosotras nos hemos ido haciendo y moldeando a nuestro antojo, según las necesidades del momento. Hemos construido a base de esfuerzo nuestra personalidad y nuestro comportamiento creando nuestras propias normas poniendo límites sanos a la hora de aguantar las subnormalidades de la gente, y he de decir que dichos límites cada vez están mejor definidos y presentes.
—¡Ya te digo! —exclamo mientras afirmo con la cabeza.
—Que te quiero, amiga mía, que estoy muy orgullosa de cómo somos y de las mujeres que, con tremendo esfuerzo, hemos logrado llegar a ser —manifiesta emocionada dándome la mano para acariciarla con ternura.
—Nena, ¿se puede saber qué te ocurre para que te haya dado semejante arranque de sinceridad? —pregunto extrañada.
 
***
 
Así son las conversaciones que mantengo con algunas de mis mejores amigas y así son los diálogos que quiero que tengan los protagonistas de mis historias: que sean sinceros, respetuosos, nutritivos y cargados de verdad.
Tal y como suelo decir yo: «La vida en ocasiones nos arrebata cosas que, aparentemente, parecían intocables. Pero, lo que en realidad sucede, es que somos liberados de ciertos pesos para que podamos volar aún más alto. Así que volemos altísimo y, un consejo que os quiero regalar, soy así de generosa, jamás le cortéis las alas a una mujer que desea volar porque, si la mutiláis, ella seguirá volando, pero sentada en una escoba y hasta le saldrá una verruga peluda en la barbilla o en la nariz, ¡ja, ja, ja!»