¿Por qué elegí escribir novela romántica?

Admito que me encanta este género y me siento cómoda tanto leyéndolo como escribiéndolo.
Hablar de amor, de desamor y de historias cotidianas del día a día me da alas a la hora de inventar ciertos personajes y experiencias vitales que quiero que vivan.
En ocasiones, disfruto «maltratando» a los protagonistas, moviendo los hilos para que les sucedan mil cosas distintas y experimenten enredos algo descabellados.

Considero que en la novela no existen límites y cualquier tema es bienvenido. Puedes hablar de lo que quieras y dirigir la trama hacia donde más te convenga y te apetezca.

Los oficios de los personajes dan mucho juego, y siempre intento elegir profesiones donde sea fácil que surjan complicaciones en el momento más inesperado. Pero reconozco que con quienes más me he divertido ha sido con Pit, el «pagafantas» que trabaja en una funeraria; con Rosendo, el cura que se enamora de una chica de lo más divertida; o con Leandro Kenz, el atractivo piloto de Fórmula 1 al que Nayara no le pondrá las cosas nada fáciles.

En cuanto a las protagonistas de mis novelas, me gusta que sean mujeres normales y corrientes, que vivan la vida con intensidad y con energía. Que sepan lo que quieren pero, sobre todo, lo que NO quieren. Que sean divertidas y tengan un gran sentido del humor. Que sus caminos no estén siempre perfectamente asfaltados y, a veces, se encuentren con grandes agujeros en los que es probable que acaben cayendo y tengan que ingeniárselas para salir, ya sea solas o pidiendo ayuda.

Suelo abordar temas que pueden considerarse incorrectos o poco éticos. Que las elecciones y las decisiones que deban tomar los personajes, tengan incluso un toque de falta de moral, ya que el camino recto no siempre es el más sencillo y, en ocasiones, hay que ensuciarse las manos para alcanzar ciertos objetivos.

Lo que más me fascina es escribir de manera desenfadada y con humor.
¡Debemos encarar la vida con ironía y quitar dramatismo a los problemas, enfrentándolos de la mejor manera posible!

Y si nos cruzamos con algún «anormal» cuyo único deseo es amargarnos la existencia, respiremos hondo, recordemos que el mundo es muy grande y que hay sitio para todos, e intentemos alejarnos lo más rápido posible de esa persona.
Porque, como dijo Albert Einstein: «Cuando te mueres, no sabes que estás muerto, no sufres por ello, pero es duro para los demás. Lo mismo ocurre cuando eres imbécil.»

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